Las campanas de Isaba repicaron para a una ceremonia singular: la recreación de una boda de finales del siglo XIX, en la celebración del II Día de la Indumentaria Roncalesa.
Con gran público, el acto organizado por la asociación cultural Kurruskla, estuvo cuidado al detalle, según un testimonio del vallisoletano Francisco Fernández Villegas, circunstancialmente testigo en 1898, y la laboriosa investigación de la Asociación.
"Nos sentimos plenamente satisfechos por recuperar una parcela importante de nuestro patrimonio y escenificarla fiel y didácticamente en este día", expresaba el historiador y miembro de Kurruskla, Fernando Hualde. Javier Egozcue, también de Kurruskla, explicó la fuerte apuesta del grupo en la recuperación del patrimonio, su implicación, participación y compromiso, así como el de muchos vecinos, por salvar la identidad del valle a través de sus antiguas costumbres y tradiciones. "No hay mejor homenaje a nuestros antepasados. No renunciamos a su recuperación, y fruto de ello es esta fiesta".
El objetivo es la presentación de los trajes roncaleses: indumentaria medieval, vestidos de diario, de fiesta, de solteras y solteros, casadas y casados, de bautizar, de autoridades, de los agotes, etc. En su recopilación, Kurruskla se ha empeñado a lo largo del tiempo y el resultado es la existencia de más de doscientos, según apuntó Egozcue. Kurruskla seguirá trabajando añadiendo en cada edición una nueva recreación, y aportaciones en cuanto a complementos como el zorongo, pañuelo masculino, o la trenza de las mujeres.
La fiesta, tanto a la ronda de los novios de la víspera como al rito matrimonial y a la Misa de Velación escenificados ayer, despertó el interés de centenares de allegados, primero en la puerta de la iglesia, después en el interior, para seguir las dos partes de la ceremonia: la de fuera, de carácter humano, y la de dentro, de impronta espiritual.
Los novios, padrinos y el oficiante salieron del templo acompañados de los monaguillos, cruz parroquial e isopo, para poner en escena el rito matrimonial, y dar su primer "sí, quiero". Una vez bendecidos, se procedió a la entrega de las arras por parte del novio y de los anillos. Finalizado este ritual, los novios se dieron la mano, cubiertas por un paño blanco (forma de prometerse fidelidad para siempre). Tras el intercambio del jubón roncalés, reservado para las mujeres casadas, y de la herrada, símbolo del agua que ella llevará al hogar, entraron en la iglesia para recibir la bendición nupcial en la Misa de Velación, cuyo final marcaba el comienzo de la vida marital. Esta bendición se hizo según un documento del manual romano, traducido al euskera, dialecto alto navarro, el más extenso que se conoce y que ha sido localizado por la asociación en su labor de investigación.
La recreación de la ceremonia con fines pedagógicos y culturales fue una lección de costumbres, indumentarias y lenguas: latín, vascuence roncalés y castellano. Tras ella, la comitiva se desplazó a la plaza, donde se homenajeó a los esposos con el baile del “Ttun ttun”. En el paseo, se "corrió el rosco", costumbre pirenaica en las bodas, y en el anfiteatro, se presentaron los trajes.